sábado, 25 de enero de 2014

GOLPES, MAESTROS Y LA ILUSIÓN DEL YO...


La entrada reseñada más abajo, que escribí hace meses, es un homenaje a mis alumnos del curso de "Formación de Instructores de Yoga Tibetano" (II Promoción): Alberto, Estela, Luis, Javier, Fredito, Marina, Anna, Segundo, Agostín, Manuel y Sonia. 
Hoy hemos hablado del concepto sánscrito de "Gunas" (Sattva, Rajas y Tamas) y su relación con los "Humores Tibetanos" (Lung, Trippa y Bekken), seguido de una práctica dinámica de Tong len. 
Quiero también agradecer a mi hija Noemi la clase de anatomía que les ha impartido en la sesión matinal. ¡Todos mis alumnos comprenden mejor su cuerpo! 
Y por supuesto, mi agradecimiento a Amparo (Ani Tempa), por su humildad, sabiduría, dulzura y disciplina. 

"GRITOS Y GOLPES ZEN"
Cuando comencé a practicar meditación Zen en el lejano verano de 1980 me quedé impresionado por los gritos y golpes que a veces profería el maestro. Mi mente no aceptaba esos actos "violentos". ¿Cómo un maestro Zen podía hacer gala de tales comportamientos? Pasados los años fui comprendiendo que los gritos o golpes ocasionales no estaban impulsados por un "yo" ni iban dirigidos para castigar a otro "yo". Eran simples "llaves para provocar el despertar". Cuando analizaba tales actitudes a través de mi "yo" me estaba identificando con la ilusoria realidad del "yo" del maestro. ¡Y ahí estaba el error! Un grito, un "coscorrón" o un silencio hosco no eran más que elementos desprovistos de "egoicidad" que me acercaban a una realidad liberadora. Eran, además de una demostración de maestría, un acto de compasión. Eso me ayudó a comprender las mismas circunstancias en la vida real. 
¿Por qué debo enfadarme? ¿A quien guardo rencor? ¿Quién me ofende? 
Si me identifico con un "yo" inherente y real te identifico como otro "yo" inherente y real... y ahí surge el problema. Y ocurre en todos los ámbitos de la vida, con los localismos, nacionalismos (sean de la clase que sean), partidos, colores, deportes, religiones y demás identificaciones disgregadoras. 
Por todo ello aprendí hace años a meditar, es decir, sentarme y respirar, nada más que eso. Día tras día. Sentarme y respirar, sin buscar nada ni "algo". Sin deseos de "esto" o "aquello". Simplemente sentarme y respirar, por la mañana y por la noche, cuarenta y cinco minutos de cada vez, el resto viene solo, sin buscarlo. 
Vive con atención plena todo lo que pasa por tu mente, todo lo que te acontece cada día. 
Respira, observa, mira... y vive con plenitud. 
Queridos amigos: Cada maestro tiene su enfoque particular de la enseñanza. Su propósito es ayudarte a despertar, a ser tu mismo sin ser "tu" de forma inherente. 
Los hay risueños, alegres, excéntricos. severos, serios, marciales, silenciosos, parlanchines, engreídos, humildes... ¿cómo es posible? 
Pues sí, porque esos atributos son fluctuaciones y elaboraciones ilusorias de tu mente. Eres "tu" dando entidad "yoica" al maestro. Un reflejo de tus zonas oscuras. Trabaja sobre eso, en análisis desprovisto de prejuicios, y comenzarás a sentir la libertad. 
No analices al maestro, reflexiona y vive su enseñanza. No te apegues a su doctrina.
Cuestiónate incluso la enseñanza misma, porque el maestro es - y debe ser - prescindible.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena reflexión, gracias.

JAVIER AKERMAN dijo...

Gracias, Petitcalfred. Un saludo cordial.