miércoles, 20 de febrero de 2013

EL “SÍNDROME DEL EMPERADOR": LOS HIJOS TIRANOS


El psicólogo criminalista Vicente Garrido alerta de que los jóvenes han perdido, de forma general, el desarrollo del 'compromiso' y del 'sentimiento de culpa', algo que produce unos efectos 'catastróficos' en aquellos que tienen dificultades para un buen aprendizaje de los principios éticos y puede convertirlos en personas violentas, típico de los casos de “bullying” y del Síndrome del Emperador. Todo son derechos, pocos los deberes. 
El profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia, Vicente Garrido, quien acaba de publicar el libro "Los hijos tiranos: El Síndrome del Emperador", ha comentado que la falta de "compromiso moral" y del "sentimiento de culpa", de los jóvenes tiene efectos "catastróficos" en aquellos que tienen dificultades para un buen aprendizaje de los principios morales y puede convertirlos en personas violentas y maltratadoras. 
Entre las causas que motivan la aparición de este síndrome, el psicólogo señaló unos padres que no tienen "ni tiempo ni las aptitudes adecuadas para imponerse", unos profesores "sin autoridad", y una sociedad "más permisiva" que "valida la perspectiva profundamente egocéntrica" que tienen estos niños. "Se trata de niños que no han desarrollado las emociones referenciales, como el sacrificio, la compasión, la empatía o la piedad, y por tanto no tienen sentimiento de culpa", afirmó Garrido. A su juicio, el "gran error" de esta sociedad ha sido pensar que la conciencia y la culpa "no eran importantes".
El experto explicó que aunque es un problema que tiene una base "genética", éste se multiplica en el contexto actual "por la menor capacidad" de la familia para educar, ya que "no es políticamente correcto adoptar una postura firme con los niños”, y porque la sociedad "fomenta y anima comportamientos permisivos" con los más pequeños. Según Garrido, "el sentimiento de culpa o la conciencia exigen el compromiso, y nos hemos olvidado de que este compromiso es una parte necesaria del desarrollo del ser humano". Aseguró que aunque la mayor o menor capacidad para desarrollar las emociones éticas es algo con lo que se nace, una buena educación puede corregir o ayudar a solucionar el problema. Garrido advirtió de que este tipo de violencia es ejercida por chicos que "no proceden de clases marginales" y "que se supone que no deberían hacer eso", y con ella buscan "poder hacer lo que quieren" y "ser las personas que controlan, a través de la amenaza y el miedo, la convivencia dentro de casa". 
Destacó el importante aumento de este tipo de agresiones y afirmó que en cinco años el número de padres que ha denunciado a sus hijos en España se ha multiplicado "casi por ocho", lo que demuestra "la cantidad enorme de violencia que debe haber detrás" para que éstos se decidan a denunciarlos. 
Con su libro, Vicente Garrido intenta que se "deje de culpar" a los padres por algo en lo que, según dijo, "todos hemos participado". Reclamó finalmente una actuación para atajar la "gravísima situación" que atraviesa la escuela, donde los profesores "se sienten sin autoridad ni capacidad de hacer frente a los problemas de convivencia" y en la que existe "un porcentaje elevado" de acoso y fracaso escolar.
Por supuesto no quiero generalizar, pues hay jóvenes con fuertes compromisos éticos, cívicos y humanitarios. No obstante, el incremento de conductas violentas en un sector importante de la juventud merece un toque de atención y una profunda reflexión por parte de todos. Y por encima de banderas políticas e ideológicas. 
No debemos supeditar las ciencias del comportamiento a las ideas políticas o de lo "políticamente correcto", pues de lo contrario las consecuencias serán cada vez peores. Esta sociedad necesita rearmarse urgentemente de valores éticos para que en las generaciones venideras vaya germinando el fruto de un esfuerzo colectivo que debe empezar hoy. 

¿QUÉ DEBEMOS HACER?

No hay soluciones simplistas ni sencillas, pues el fenómeno es muy complejo, pero podríamos dar algunos pasos, que podrían ser, entre otros: 
Desde la infancia debemos marcar límites a las exigencias de los niños. Éstos deben saber que para conseguir lo que quieren se necesita saber esperar, trabajar, y también que además de derechos también tienen deberes. 
Los padres y educadores deben saber decir “no” cuando es necesario y no deberían sentirse culpables al adoptar esa actitud, pues ser buenos padres no es ceder ante todos los caprichos y demandas de los hijos. 
Los profesores y educadores deben ser investidos de más autoridad, lo que no quiere decir regresar a los tiempos de “la letra con sangre entra”. Pero hay un punto medio entre ambas tendencias. Autoridad no es sinónimo de violencia ni coerción. 
No debemos confundir compromiso ético con compromiso religioso o integrista, como algunos tratan de hacernos entender. Inculcar valores no es inculcar ideas religiosas. 
La socialización de los niños con un aprendizaje en valores éticos y relegando muchas veces la gratificación inmediata de sus reclamaciones y exigencias nos ayudará a formar a personas empáticas y solidarias, no a sujetos antisociales, carentes de resonancia afectiva y profundamente egoístas, individuos que muy probablemente se conviertan el día de mañana en maltratadores o “emperadores tiranos". 
Los niños aprenden por copia de modelos, por patrones repetitivos sobre lo que ven, viven, sienten y escuchan. Por todo ello deberíamos cuidar ese entorno y con el firme compromiso de todas las fuerzas sociales trabajar juntos en pro de una juventud mejor. 
Y aunque sea desde un punto de vista utópico, de un "soñador" con los pies en la tierra, debería fomentarse la meditación "en la compasión" y en los valores humanos desde la infancia; podría ser un antídoto contra el veneno que se extiende inexorablemente en nuestra sociedad. 
“El que es justo es bueno, pero no siempre el que es bueno es justo”.