La consulta en la que trabajo diariamente desde hace más de treinta años está
llena de experiencias singulares, de anécdotas alegres pero también de
historias tristes.
Todas tienen como fondo una actitud humana particular, profundamente
existencial, que me han hecho reflexionar y aprender.
Hoy os contaré la historia de M, una mujer de ochenta y cuatro años que venía a
mi consultorio para paliar los efectos secundarios de la quimioterapia a la que estaba
sometida. A esta paciente, dado su estado general y la metástasis múltiple que
sufría, le quedaban pocos meses de vida.
Mi labor, además de orientarla en la alimentación y prescribirle una pauta
general para su sistema inmunológico, era también escuchar sus quejas y
sufrimientos.
Poco antes de su fallecimiento, en la que sería su última consulta, me confesó
algo “que no la dejaba vivir en paz”. En gallego me dijo que “el tonto de su
hijo no se daba cuenta de que su mujer – esto es, la nuera de “M” – se había
casado solo por interés”. “M” me miró con ojos que refulgían en su demacrado
rostro y prosiguió: “Los ahorros que tengo, la casa y el terreno que le dejamos
mi difunto marido y yo a mi hijo se los va a llevar esa víbora”.
Me quedé observándola sin decir nada mientras continuaba con sus improperios
hacia su nuera. Me fui entristeciendo en lo más profundo de mi ser. Aquella
mujer estaba viviendo los últimos días de su existencia con el peso de la
preocupación por los bienes que dejaba atrás, por el uso que le iban a dar y
sobre todo porque su nuera “iba a quedarse con todo”.
No pude mitigar su indignación ni su sufrimiento, sólo me queda el consuelo de
haber aliviado sus dolores físicos hasta el final, colaborando con la medicina
oncológica.
Se fue dejando tras de sí su irritación y apego terrenal. Me quedé solo en mi
despacho, sintiéndome impotente por no haber podido abrir la ventana de su
corazón.
Nada traemos al mundo cuando nacemos, nada nos llevaremos cuando muramos.
¿Por qué nos complicamos tanto la vida? ¿Por qué hay tantos y tantas “M´s” por
el mundo? ¿Por qué no vemos lo efímero que es el tiempo? ¿Por qué no vivimos
cada día y disfrutamos de cada momento? ¿Por qué no nos entregamos a mejorar el
espacio vital que compartimos con los demás? ¿Por qué…?
Rezo por ella de vez en cuando, cuando repaso mis notas.
Por cierto, su hijo sigue felizmente casado y disfrutando de su matrimonio, de
su vida.
Muchas bendiciones a todos.
2 comentarios:
Interesante historia, para reflexionar. Saludos.
Gracias, Mabel. Me alegro de que te guste.
Muchas bendiciones.
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