viernes, 19 de septiembre de 2014

"DAME UNA RAZÓN PARA SEGUIR VIVIENDO"


Hace bastantes años, a principios de los 90`, fallecía en un hospital vigués Yolanda, una joven de diecisiete años víctima de un cáncer terminal. Estuve con ella en sus últimas semanas. Hablamos, reímos y lloramos juntos. Yoli, mi dulce Yoli, fue el punto de inflexión en mi camino espiritual personal. Cuando las certezas te abandonan surge un foco de luz en medio de la espesa niebla. 
Su madre, enfermera de profesión, había perdido también a su marido y a su hijo varón en trágicos accidentes con pocos años de diferencia. Cuando su niña expiró se acercó a mi y me preguntó: “Dame una razón para seguir viviendo”. No supe que contestarle. Me sentí desolado, sin respuesta, y lo único que acerté a hacer fue abrazarla y tratar de “absorber” su intenso dolor. En ese silencio, en esa “comunión espiritual” que aún hoy me hace estremecer, surgió una respuesta al cabo de unos minutos. Le dije: “Ahora no hagas nada, quisiera decirte una palabra sanadora que pudiera disolver tu sufrimiento pero no sé que decirte, pero quiero que sepas que sufro contigo y que lloro contigo. Quizá un camino de curación sea ayudar a otras personas en similares situaciones. Que tu inmenso dolor sea el motor de tu entrega a los demás”. Ella no respondió, simplemente seguimos enlazados empapando nuestros hombros de lágrimas. Pero milagrosamente esas palabras germinaron en su corazón y hoy ayuda a enfermos y allegados a superar este inevitable trance que es la muerte. 
No obstante su pregunta sigue latiendo dentro de mi de vez en cuando: “Dame una razón para seguir viviendo”. 
Hace poco le decía a otra amiga que me escribe en este medio virtual que una buena opción para el dolor es parar y no hacer nada; "dejar que la oscuridad deje paso al alba". 
Otro camino que puede sonar paradójico al principio es ayudar a alguien a que encuentre su amanecer, a pesar de que uno esté sumido en las tinieblas más oscuras de la noche. La ayuda a los otros es luz para uno mismo. El dolor de los demás nos ayuda a soportar el dolor propio. Nos sensibiliza y “afina” para que entre todos compongamos la música maravillosa de la compasión y no el ruido desafinado y destructor del egoísmo. 
En la espantosa soledad del alma podemos encontrarnos con Dios a través de nuestra mente espaciosa e infinita, diamantina y perfecta: "Rigpa", nuestro Cristo interior, el Buda... todos moran más allá de nuestros prejuicios, de los símbolos y rituales, pero se manifiestan de forma inefable en el Amor; en él y a través de él realizamos la experiencia del vivir más allá del sufrimiento.  

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