
Su madre,
enfermera de profesión, había perdido también a su marido y a su
hijo varón en trágicos accidentes con pocos años de diferencia.
Cuando su niña expiró se acercó a mi y me preguntó: “Dame una
razón para seguir viviendo”. No supe que contestarle. Me sentí
desolado, sin respuesta, y lo único que acerté a hacer fue
abrazarla y tratar de “absorber” su intenso dolor. En ese
silencio, en esa “comunión espiritual” que aún hoy me hace
estremecer, surgió una respuesta al cabo de unos minutos. Le dije:
“Ahora no hagas nada, quisiera decirte una palabra sanadora que
pudiera disolver tu sufrimiento pero no sé que decirte, pero quiero
que sepas que sufro contigo y que lloro contigo. Quizá un camino de
curación sea ayudar a otras personas en similares situaciones. Que
tu inmenso dolor sea el motor de tu entrega a los demás”. Ella no
respondió, simplemente seguimos enlazados empapando nuestros hombros
de lágrimas. Pero milagrosamente esas palabras germinaron en su
corazón y hoy ayuda a enfermos y allegados a superar este inevitable
trance que es la muerte.
No obstante su pregunta sigue
latiendo dentro de mi de vez en cuando: “Dame una razón para
seguir viviendo”.
Hace poco le decía a otra amiga que me
escribe en este medio virtual que una buena opción para el dolor es
parar y no hacer nada; "dejar que la oscuridad deje paso al
alba".
Otro camino que puede sonar paradójico al
principio es ayudar a alguien a que encuentre su amanecer, a pesar de
que uno esté sumido en las tinieblas más oscuras de la noche. La
ayuda a los otros es luz para uno mismo. El dolor de los demás nos
ayuda a soportar el dolor propio. Nos sensibiliza y “afina” para
que entre todos compongamos la música maravillosa de la compasión y
no el ruido desafinado y destructor del egoísmo.
En la
espantosa soledad del alma podemos encontrarnos con Dios a través de
nuestra mente espaciosa e infinita, diamantina y perfecta: "Rigpa",
nuestro Cristo interior, el Buda... todos moran más allá de
nuestros prejuicios, de los símbolos y rituales, pero se manifiestan
de forma inefable en el Amor; en él y a través de él realizamos la
experiencia del vivir más allá del sufrimiento.