“Perfectos malos” fueron Hitler, Stalin, Pol Pot, Mussolini
y otros seres que han inundado de dolor y sufrimiento nuestra historia.
“Imperfectos buenos” han sido Luther King, Ghandi, Mandela y tantos otros
conocidos y desconocidos héroes que gozaban de grandes virtudes pero también de
algunos "defectos".
En muchas ocasiones, buscando la “perfección en la bondad” nos olvidamos de dar
lo mejor de nosotros y de potenciar nuestro lado de luz. Tratar de
iluminar la oscuridad con obstinadas prácticas obsesivas y acciones estériles sólo pueden llevarnos al ostracismo emocional y a la ceguera existencial.
El evangelista Marcos lo expresa de forma magistral: “Cuando salía para seguir
su camino, vino uno corriendo, y arrodillándose delante de El, le preguntó:
Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Y Jesús le dijo: ¿Por qué
me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo uno, Dios”. (Mc, 10:18)
Según el psiquiatra Prof. Alberti, "el amor que no se expresa se convierte
en odio, la alegría que no proporciona gozo se convierte en depresión".
Con miles de defectos o con unos pocos, trata de dar y
ofrecer de ti lo mejor. Ahí yace la maestría, la “doma del ego”, la mezcla
caótica de colores que la mano del pintor transformará en “algo coherente” y
finalmente convertirá en arte.
No te centres tanto en tus defectos, potencia tus virtudes.