Seguimos, queridos amigos, con las enseñanzas budistas acerca de la necesidad de "ser buenos". El budismo nos enseña que no es solo un precepto moral sino que conlleva intrínsecamente un factor de felicidad social demostrable. Relexionemos todos sobre estos preceptos aplicables a cualquier persona, sea cual sea su ideología o religión.
· Sabiduría y conocimiento
· Dominio de la información y de saber
Sería un error identificar el conocimiento con la sabiduría, la percepción con la intuición o la erudición con el entendimiento. El conocimiento es un bien susceptible de ser adquirido. La era de la informática ha puesto prácticamente al alcance de nuestras manos una infinita cantidad de información, de conocimientos y datos. En la actualidad es posible “acceder” y “procesar” el conocimiento, pero no la sabiduría. Si bien las ciencias amplían nuestro conocimiento, no necesariamente hacen lo mismo con nuestra sabiduría.
· Gratitud por la cotidianiedad
· Exaltación a los presupuestos de la vida
La gratitud nos impele a ser conscientes de la importancia de los demás, de nuestras relaciones, responsabilidades y de todo cuanto dota de belleza y significado a nuestra vida. Descubrir que aquello que damos por supuesto es en realidad un milagro nos hace ser humildes. La gratitud nos ayuda a tomar conciencia de que hay algo superior que nos trasciende, que la vida no es fruto del azar. La actitud de la gratitud nos enseña que ser desagradecido no es moralmente bueno, que dar las gracias nos brinda la posibilidad de vivir en gracia.
La arrogancia o el orgullo injustificado son dos formas de autoengaño. La persona arrogante se engaña a sí misma al creerse más capacitada, poderosa, íntegra, popular o atractiva de lo que realmente es. En efecto, una persona arrogante suele estar convencida de que no tiene defecto alguno y, en consecuencia, achaca sus problemas a los defectos de los demás. Sin embargo, la arrogancia nos impide luchar por ser moralmente mejor. Persuadida de su perfección, la persona arrogante es incapaz de verse a sí misma tal y como es, de admitir sus propias limitaciones, porque está cegada por el orgullo.