Nos hacemos más humanos cuando levantamos la vista de nuestro ombligo para mirar con humildad a los demás a los ojos.
Como norma deberíamos tratar de corregir las pequeñas o grandes heridas que hayamos podido infligir, consciente o inconscientemente, a cualquier ser "sintiente".
Ejemplos hay muchos en nuestro entorno: esa mala palabra al vecino; ese acto de ira irrefrenable; esas ansias de "cotillear"; ese impulso por destruir la reputación de determinadas personas; los deseos compulsivos de subir por encima de los demás sin importar los medios; la envidia, el resentimiento, el egoísmo, los apegos materiales...
Podemos también corregir muchos errores y defectos gracias a la crítica hiriente de los "enemigos".
En mi caso os aseguro que soy más consciente de todo lo que puede desencadenar sufrimiento propio y ajeno. Un buen método es la reflexión interior y "pedir perdón" en silencio, al tiempo que nos hacemos la firme intención de reparar el daño producido. Es algo tan sencillo como una llamada telefónica a la persona agraviada, o simplemente no volver a cometer la acción que ha desencadenado el mal cometido. Porque... ¿que ganamos regocijándonos en el dolor ajeno? Todas nuestras acciones, todas, son interdependientes; no hay acciones aisladas. Deberíamos ser conscientes de la enorme responsabilidad que late en cada acción y en cada paso que damos en la vida.
Una palabra mal dicha, una injuria lanzada con saña no solo ocasiona un perjuicio enorme a la persona que la recibe. Esa persona tiene familia, hijos, gente que depende de él y, con toda seguridad, también tiene sus "cosas buenas", sus virtudes.
Nuestro deseo insano por perjudicarlo puede interferir gravemente en su estado de ánimo y desencadenar un "efecto mariposa" gravísimo del que, en última instancia, hemos sido responsables.
¿Cómo es eso posible? Pues tu reproche o insulto, por ejemplo, al condicionar su estado emocional, puede haberle hecho más vulnerable y que no preste tanta atención al tráfico mientras conduce su automóvil, porque está "dándole vueltas" a lo que le has dicho. Y de pronto, en un trágico despiste, se empotra contra otro coche o arrolla a un transeúnte. Y todo comenzó con esas palabras envenenadas que tu, yo o cualquier otro pudimos haberle dicho.
Nadie es perfecto pero todos podemos aspirar a ser mejores personas.
Reflexionemos sobre las implicaciones de nuestros actos y del poder de las palabras. Meditemos analíticamente.
Porque al igual que la ira, la envidia o las ganas de hacer daño pueden ser el germen de una desgracia, también una buena palabra, una sonrisa, un abrazo o simplemente refrenar un impulso negativo pueden ser sencillas acciones que salven una vida y al mismo tiempo "te salve a ti".
Nada nos hace más grandes que reconocer lo pequeños que somos en este inmenso Universo, que a su vez intenta comprenderse a si mismo.
Alimentar el ego con la ira solo traerá destrucción a nuestras vidas. El veneno del odio es la mayor fuerza destructiva de la humanidad.
Comencemos con un breve análisis de nuestro comportamiento diario seguido de un propósito de cambio. Los resultados pueden ser maravillosos; ahí subyace el "milagro" del cambio global.
Piensa como te sientes cuando te hacen el daño y recuerda que cuando llegue el momento de tu muerte, cuando te encuentres a solas contigo mismo, tu Conciencia será tu única compañía en esos momentos.
La Luz Clara, Dios o el Vacío que te estarán esperando, pero tu ya te habrás juzgado e impuesto la sentencia correspondiente.
Karma, Justicia Divina... ¿que más da como denomines a la Responsabilidad que tienes contigo y con el mundo?